Elegimos, a veces conscientemente, permanecer ciegos a determinadas situaciones porque nos hace sentir mejor o nos conviene de alguna manera.
No solemos aceptar, y mucho menos darnos cuenta, de que nuestra experiencia siempre es incompleta, aunque la llamamos convenientemente “realidad”. En este mismo momento, mientras tu mente está enfocada en leer este texto, te estás perdiendo la gran mayoría de lo que sucede a tu alrededor. Estás ignorando una ingente cantidad de información que bombardea todos tus sentidos como lo que ocurre en tu cuerpo, en la distancia y justo frente a ti…
La doctrina jurídica la llama “Ignorancia deliberada” y describe la situación en la que una persona trata de evitar la responsabilidad civil o penal por un acto ilícito manteniéndose intencionalmente inconsciente de los hechos que la harían responsable.
El marketing se refiere a ella cómo “Ignorancia voluntaria”. Por ejemplo, desde los años 50 el marketing ha fomentado la ignorancia voluntaria en el consumidor a través de técnicas de venta que moldean y manipulan su comportamiento.
Sabedores de que los consumidores prefieren no saber de dónde vienen los productos, la industria de la carne ha fomentado toda una panoplia de técnicas de marketing para que no podamos relacionar visualmente su producto acabado con el animal vivo o para convertir en idílica la explotación de los animales criados de forma intensiva. Nos hablan de gallinas criadas en suelo para que lo relacionemos con un bienestar animal o incluyen el dibujo de un cerdito feliz en la etiqueta de un paté.
En sociología se la conoce cómo “Ceguera voluntaria”. Es la ceguera de la mente, una impotencia voluntaria o involuntaria para comprender y aceptar ciertas cosas. Es el caso de la persona que perdona la reiterada infidelidad de su pareja en la esperanza de que ésta se conmueva y cambie. También de aquella que sigue votando a un determinado partido político que traiciona los valores que transmite.
Existen mecanismos cognitivos y emocionales intrincados por los cuales elegimos, generalmente inconscientemente permanecer en situaciones en las que podríamos saber, y deberíamos saber, pero no sabemos porque nos hace sentir mejor no saber.
“No hay peor ciego que el que no quiere ver” nos recuerda que podemos no ver aquello que no queremos ver. Igual que el propósito de nuestro miedo es nuestra supervivencia, el propósito de nuestra ceguera voluntaria es protegernos de lo que puede afectar nuestra psique.
En este sentido, es una gran herramienta. Esta ignorancia adaptativa, está ahí por una razón: la de aliviar nuestra sobrecarga cognitiva al permitirnos conservar valiosos recursos mentales solo para los estímulos de importancia inmediata y vital, y para descartar o extrañar por completo todo lo demás.
Sin embargo, todo su potencial beneficioso puede volverse en contra cuando nos impide actuar según nuestros valores y creencias o nos lleva a soportar situaciones indeseables.
Este mecanismo básico para mantenernos en la oscuridad se desarrolla en casi todos los aspectos de la vida, pero hay cosas que podemos hacer para levantar esa venda antes de vernos exclamando:
¿Pero cómo he podido estar tan cieg@?
Las Constelaciones Familiares de la Conciencia Personal que facilito me han revelado la naturaleza profunda de las relaciones que llegamos a mantener con esa parte nuestra, tan protectora como miedosa, que posee el poder de la ocultación y discrimina sin control y sin complejos.
Cuando planteo la constelación y aparece la mal llamada ceguera voluntaria – porque no suele ser voluntaria – aparece que esa parte nuestra anhela y necesita ser “vista” para poder recibir nuestro amoroso reconocimiento por lo que intenta hacer: Protegernos.
Para ello, tenemos que filtrar o editar lo que asimilamos dándonos cuenta de que solemos admitir la información que nos hace sentir bien, pero discriminamos convenientemente lo que perturba nuestros frágiles egos y nuestras creencias más vitales.
Pero cuando “preferimos no ver”, nos alejamos de comprender, lo que nos impide encontrar una solución a nuestro sufrimiento.
Sophie Hardy