Detrás de la rabia siempre hay dolor. Más allá de las palabras destructoras, los gritos y las reacciones violentas que convierten la rabia en una emoción dañina, es bueno saber que enmascara, de forma violenta y evidente, un sufrimiento secreto que requiere buenos cuidados.
La rabia es una de las emociones que consideramos socialmente inaceptables. Es una fuerza cuya resonancia agresiva suele dañar directamente al entorno en el que provoca miedo y rechazo.
En lo personal, la rabia crea un profundo y permanente malestar con desconexión emocional. Es una mezcla potencialmente explosiva de impaciente exigencia e inflexibilidad mental con tintes de ansia justiciera que la educación y los condicionamientos sociales procuran contener.
Naturalmente, la rabia tiene un propósito bueno – todas las emociones lo tienen sin excepción. Es una energía impulsora que busca activar movimientos para encontrar una solución. Desgraciadamente, su naturaleza inconsciente y nuestro desconocimiento profundo de la naturaleza del ser humano nos impiden ver el rol que desempeña realmente en nuestro sistema personal.
El sistema personal es un juego de muchos sistemas constituido de otros muchos sistemas interconectados. En nuestro sistema emocional cohabitan aspectos – elementos del sistema – que se relacionan y se influyen, que adquieren protagonismo o se mantienen en segundo plano. Unas emociones sirven a otras, como en el caso de la rabia que sirve al dolor o cuando la lealtad sirve al amor.
Como cualquier sistema que forma parte de nuestro universo en el que la energía se expresa de forma bipolar, el sistema, en este caso el emocional, busca la armonía procurando el equilibrio entre energías de una polaridad y de otra. El sufrimiento tiene energía de parálisis y la rabia pretende inculcar energía de movimiento para provocar una solución. La rabia ejerce una fuerza opuesta a la parálisis emocional de un dolor profundo.
En general, la rabia pretende ayudarnos a salir de la apatía del sufrimiento o de la impotencia de una injusticia porque nos lleva a actuar. En las relaciones afectivas, con la familia o con la pareja, es habitual sentir o manifestar rabia porque el mal de amor y el desamor llegan a ser intolerables.
En mi experiencia personal y en mi práctica profesional, la rabia junto con el miedo son las emociones que más he trabajado. He podido ver sus efectos evidentes y he comprobado sus implicaciones insidiosas. En efecto, la rabia no siempre se expresa abiertamente con gritos o golpes. Muy frecuentemente, se expresa con una carga de veneno en la comunicación con la persona que nos hace sufrir. Puede llevarnos a exigir en lugar de pedir, a castigar en vez de escuchar o a cerrarnos.
Yo, veo ahora claramente el patrón que me hacía pedir amor desde la rabia. Inicialmente, he reclamado el amor y la atención de mi madre con mis llantos de bebé que no dormía. Después, lo reclamaba con caprichos y rabietas. En la adolescencia y la juventud aprendí a disimularla, pero ahí estaba, presente en mi rechazo a ella y en una insensibilidad emocional general.
En mi relación de pareja, nunca pedía lo que necesitaba, solo exigía silenciosamente e iba creando inexorablemente un muro de resentimiento cada día más alto.
Gracias al trabajo personal que pude hacer en el contexto de mi excelente formación por la cual no dejo de agradecer, comprendí que mi rabia servía los propósitos de mi anhelo de amor y que, en lugar de forzarme a reprimirla, necesitaba enforcarme en aprender a amar. A mí misma en primer lugar.
Todo empieza en ti.
Nuestr@ niñ@ interior es el aspecto psíquico que construimos sobre la base de las relaciones que mantenemos, con nuestra Madre especialmente por la relación simbiótica que nos ha unido en su seno, y con nuestro Padre. La relación entre ambas energías es la que da nacimiento a nuestra energía infantil, igual que la biología de un hombre y una mujer permite procrear un bebé. Somos 50% Mamá y 50% Papá en lo físico, lo mental y lo psíquico.
Nuestr@ niñ@ también está marcado por la calidad de la relación entre nuestros progenitores. Si ambos no se aman, o si hay un desequilibrio en el amor que se profesan, cuando están enfrentados o están desunidos, nuestra parte infantil sufre invariablemente las consecuencias.
Para sanar la rabia, es imprescindible sanar a nuestr@ niñ@ interior que sigue sufriendo a través de los años adultos. Mientras no podamos tener una sana relación de amor con esa parte de nosotr@s mism@s siempre mandará ella con la imperiosa exigencia de los niños pequeños.
Esa parte de nosotros es pura inocencia y emoción y todo lo que necesita es AMOR.
La rabia actúa de forma intrínsicamente nefasta para el amor. En efecto, nadie tiene la habilidad, ni la capacidad, de obligar a nadie a amarle. No se puede obtener amor desde ninguna forma de coacción emocional, sea el miedo, la culpa o la rabia.
Afortunadamente, en un momento no tan lejano del camino, comprendí mi patrón emocional para reclamar el amor. Vi claramente que reclamaba amor desde la exigencia de la carencia que solo me devolvía más carencia y pude ir introduciendo los cambios adecuados para sanar esa carencia y sus expresiones.
No se trata de disculpar o tolerar la rabia, sino de comprender su naturaleza desde la compasión para poder sanarla. Se trata incluso de agradecerle lo que pretende hacer por nosotros. La rabia tiene un porqué, pero sobre todo tiene un para qué, y eso le da el lugar que se merece en nuestro sistema personal en el que todos sus elementos tienen siempre derecho de pertenencia. Los intentos de rechazo o de exclusión provocan siempre desequilibrios.
Al ponernos a sanar nuestra rabia, necesitamos establecer una relación amorosa con ella y agradecerle ser la emisaria de una parte fundamental de la trilogía de nuestro ser – parte masculina, parte femenina y parte infantil.
Y claro está, también necesitamos prioritariamente proporcionar amorosos cuidados a nuestra parte frágil, indefensa e inocente que necesita recibir energía de amor para poder expresarse a través de la alegría, la curiosidad y la confianza.
Con amor,
Sophie